Buscaban un lugar seguro, un trocito de paraíso donde poder dejar que los niños corrieran libres.
Sin el miedo, sin esa inquietud constante que les atenazaba el corazón a diario en la ciudad. Lejos de sus peligros, de los delincuentes, de los drogadictos y los violadores.
Llegaron al prado con sus coches, con sus neveras portátiles y sus manteles de cuadros, con sus barbacoas y sus discos volantes. Y se esparcieron sobre la hierba, bajo el sol del domingo.
Ellos, con una cerveza fresca en la mano y una pierna adelantada, posando como cazadores victoriosos de un hirsuto paquidermo verde. Ellas, desplegando viandas y manjares, buscando disimuladamente arrugas y canas las unas en las otras.
Y los niños, rastreando la zona sin orden ni concierto, sabuesos anárquicos peinando al azar del juego cada centímetro del terreno.
Y la más pequeña, lejos de todos, sentada junto a los árboles con su muñeca y su dulce canción sin rima.
Y tras los árboles, un gigante de sombras y músculos, de tatuajes y sudor. Unas Doc Martens aplastando las flores. Un cráneo afeitado emergiendo de entre la maleza.
Ella no levantó la vista, porque su muñeca tenía muchos enredos, y había que peinarla bien, y para una buena mami lo primero son sus polluelos. Y nadie, ni siquiera sus padres, se acordó de ella en aquel momento, porque habían encontrado por fin un lugar seguro, lejos de los peligros de la ciudad, de los delincuentes, y nada malo podía ocurrirles a los niños.
Sólo lo vio cuando lo tuvo encima, las manazas llenas de anillos de calaveras y cruces gamadas cerniéndose sobre ella y su muñeca de pelo revuelto. Aquel gigante vestido de negro la agarró por los costados y la alzó sobre su cabeza, rugiendo de alegría.
Ella también rió.
Y cabalgó feliz sobre sus hombros, trotando pradera arriba, porque ya era la hora, porque ya estaba todo preparado, porque ya ondeaban las banderas con esvásticas y todos aplaudían a su papá, que iba a empezar a predicar a los demás papás que habían ido buscando un lugar seguro, lejos de los peligros de la ciudad, de los delincuentes, de los drogadictos y los violadores, bajo el sol del domingo.
En domingo, no suelo salir, descanso.
No me gustan las cruces gamadas ni las cruces a secas,
prefiero las caras.
verlas de cerca.
Cayó la máscara de la risa y el buen rollo: qué reveladora apología del fascismo.
Y fueron felices,hasta que se les clavó la “crus”,(como a Drácula) en las narices.
me ha dado miedo.
Fascio en italiano es cara. A ver si vas aprendiendo idiomas.
y perdrooooooooo,no te asustes tanto.
Y Ernesto:
no salgas por ahi este verano,
te pienso quemar la fascio, tu careto,y ponertelo al rojo vivo.
EL REY SOL.
y para que veas que soy un buen tipo,
ponte crema factor 18…
El fascio era un arma de tiempos del imperio romano, de uso más bien simbólico, parecida a un hacha pero hecha uniendo una hoja a un haz de bastones de madera.
Y cara (rostro) en italiano, es volto.
es pedrooooooooooooooo y no perdro
peeeeeeeeeeeeeeeeerdoooooooooon
Depende de qué domingo. El pasado… NUBLADO por aquí.
… aunque por ahí posiblemente espléndido.