Queridos Psicocamaleones:
Josetxo Ezponda Puente es grande. Hace algunos años advertí la presencia del líder de los añorados Bichos en un programa de radio, acompañando a alguien, no recuerdo quién. El locutor, tras preguntarle brevemente por su situación actual, cometió la imprudencia de dar el número de su teléfono móvil por antena. Lo anoté y decidí llamarlo un poco más tarde. Minutos después me manifestaba, amable y algo tímido, que estaba abrumado por la cantidad de llamadas recibidas tras ese incidente. Le dije que me dedicaba a escribir de música de vez en cuando y que echaba mucho de menos nuevas grabaciones suyas; quedamos en que lo llamase unos días después con más calma. Tras esa segunda conversación se comprometió a mandarme un CD con las últimas grabaciones que había realizado. Al poco las recibí: temas sin mezclar, bocetos por pulir que no están entre lo mejor de su discografía pero en los que se respira el inequívocamente turbio aire bicho. Además, tenían para él el inmenso valor de ser las últimas realizadas junto a su fiel compañero Asio, desaparecido poco tiempo atrás. Esto me lo hizo saber en una carta escrita a pluma, con ese trazo tan historiado y artístico que habíamos podido ver en las portadas y hojas interiores de sus discos y en otros trabajos en los que se requirió su personal concepto de diseño (por ejemplo el Tahúria de Tahúres Zurdos). Creativo desde los datos del sobre (con las puntas levemente quemadas, así como las de las páginas) a las dos hojas interiores numeradas con palotes romanos, en las que dejaba claro que sólo volvería con algo realmente especial. Por todo eso, Josetxo Ezponda es grande.
Hace poco me hice con el CD-libro sobre Los Bichos editado por Munster en 2006, 1991-1988. En su interior Josetxo repasa la historia de aquel proyecto, una parte tan especial de su vida. Utiliza una mirada deslavazada, llena de elipsis, y con sus gotas de surrealismo y cierta amargura. Una visión cariñosa, lo suficientemente irónica; lúcida y para nada complaciente. Entonces recordé que escucharlos era una auténtica gozada. La expresión de un fan incondicional, dotado de la suficiente personalidad y amor a la música para conformar una expresión cargada de referencias pero repleta de grandes canciones, turbulenta de verdad y de una plasticidad nada evidente. Oscuridad con destellos rosas, amor, dolor, deseo, pesadilla y una musicalidad en carne viva, de verdad cortante. Un tipo hambriento de expresión, de esos que patean las calles de sus pequeñas ciudades tratando inútilmente de seguir a una imaginación que ya lleva años viajando. Dramático y glamuroso (cuenta la leyenda que tras una visita a la casa de Corcobado en Madrid, una botas blancas regaladas por su anfitrión sustituyeron las botas militares que calzaba el navarro, perfilando definitivamente su imagen), podía mostrarse demoníaco, libidinoso y burlón, para al poco ser exhibicionista de su propia vulnerabilidad, un ser melancólico con la sensibilidad a flor de piel. Contradictorio, sexual, misógino o resentido, añorando vivir entre toneladas de amor.
Lou Reed, Alan Vega, Richard Hell, Stooges, Bowie, Television, sobre un estructura de rock herrumbroso y pantanoso facilitada por sus amados Scientists; el soul, los grupos de chicas de los sesenta infectados por los New York Dolls, la base glam que rezuman su concepto general y repertorio; y el blues, claro. Todo eso es la base de su creatividad musical, la espoleta de un talento tan obsesivo como inclasificable. Tras probar suerte con formaciones de su Pamplona natal como Tensión, Neon Provos y Flores Muertas o en solitario como blood letter durante los primeros ochenta, germinaron hacia 1987 Los Bichos, con el bajista Asio y el guitarrista Charly como fundamentales compañeros de viaje.
En 1988 les escuché por primera vez en el volumen I de las casetes que bajo la denominación Spanish Bombs puso en circulación la revista Ruta 66, siempre tan atenta a las nuevas tecnologías. Lluvia y luna era su tema, un oscuro latido que delataba su amor incondicional por los australianos Scientists, luego aparecido también en su elepé debut.
El mismo año supe que habían fichado por Oihuka, el mega sello abertzale pamplonés acostumbrado a editar mayormente panfletos musicados con mayor o menor tino. Me temo que el raro del pueblo seguiría sin encajar del todo. La primera referencia que grabaron fue el single Anita Latigazo creo que los dos minutos de rock que más he escuchado, un acierto de guitarras lanzadas en distorsión con historia perversa, acompañada de Black Blood Nightmare y Colour Hits, dos excursiones al pantano de la manita de Kim Salmon y Tex Perkins.
Color Hits fue publicado en 1989. Un elepé de frescura y capacidad de perversión inalteradas que si apareciese este mes en el previsible panorama que vivimos sería considerado un auténtico bombazo. Coloreando la pasión y el caos, con todas sus referencias bien colocadas sobre la mesa, se abría como un ciclón con la irresistible Shadow Girl, un magnífico homenaje a los New York Dolls, que continuaba en una de sus grandes canciones, Verano muerto, introducida y acabada con las notas de Sweet Jane de Lou Reed. En medio explotaba una inolvidable fiesta de rock´n´roll serie B capitaneada por la horadante guitarra de Charly, que sonaba impetuosa y como verdaderamente liberada por primera vez, con esos solos inolvidables que parecían escaparse desesperados de sus dedos. En The one you´ll never catch parecían Television como banda de acompañamiento de un cuentacuentos truculento. Las versiones incluían una sentida revisión de My Girl de Otis Redding, y una delirante e inmediata mixtura de Bo Diddley con los Stooges. Temas de rock espinoso y excesivo como De Noche y Sssnake (Lullaby) o medios tiempos que son más bien experiencias, como la fronteriza Me gustaría llorar (con el acordeón de Joseba Tapia) o Un poco más, hacen de éste un trabajo sorprendente y notable. Un homenaje a su pequeño altar de clásicos marcando ya un cariz muy personal.
Tras los más de cinco mil elepés vendidos de Color Hits la cosa pintaba bien. Volvimos a tener noticias en 1990 con la aparición del recopilatorio The Worst Around (Romilar-D). Los Bichos eran acompañados de un muestrario del momento más dulce de la escena underground del País Vasco (Cancer Moon, La Secta y La Perrera). Aquí Josetxo dejó una de sus composiciones más intensas, Backwards Kiss, así como el diseño de la portada, su despliegue más incontenible de imaginería.
In bitter pink apareció en 1991, un ambicioso doble elepé que supuso una apuesta valiente y singular por lo inesperado y excesivo. Un acierto creativo y un pequeño suicidio comercial (si esto tiene alguna lógica en la escena independiente española). Más cohesionado y mucho mejor producido que su antecesor, denotaba que Josetxo había logrado concretar para profundizar libre y certeramente en un discurso cada vez más intransferible; culminando y rebasando todo lo que prometió dos años antes con composiciones de la personalidad y el calado de Marina o Raquel´s dream. Crudeza, delicadeza e inspiración henchidas de efectos de toda índole y guitarras achicharradas, sumergidas en desazón y planeando como una punzada constante sumidas en una inercia, una ansiedad que las hace únicas. Solos dementes conviviendo con la quietud folk de acústicas y palmas. Ofrece pequeñas epopeyas íntimas del calibre de Wishin´Shift o Still can´t cry, con el Josetxo más lúcido. Suaves texturas, belleza sombría y veneno oxidado entre las cuerdas de guitarras furibundas transmitiendo su mensaje de aspereza. Precipitaciones thunderianas cortocircuitadas como Go, fish, go!!!, Worms o Fuelled by desire”; guiños pop que encantarían a Jonathan Richman (If you cry now, she´ll be glad), descargas de garaje truculento herederas de los Scientists (Poxy, poxy, Mice from hell); siendo tan animosos como los New York Dolls en I´m inside her, o resultando incluso paródicos (los “efectos especiales” de Nip of hate). Y versiones (una de sus debilidades) que erizan la piel, como Holocaust de Big Star, una de las composiciones capitales de Alex Chilton, y el Je t´aime… moi non plus de Gainsbourg.
El desbordante Ezponda de 1991, firma en solitario (aunque acompañado de todos los suyos) un mini-LP que combina revisiones de clásicos (de nuevo el altar particular) como Sand de Nancy Sinatra, I remember de Suicide, Solid gold hell de Scientists y Sittin´on top of the world de Howlin´Wolf con temas propios tales que Nancy Fucker o Deep deep babe. Quizá la tensión generada por la convivencia dentro de la banda o la desilusión ante expectativas que nunca terminaron de cumplirse dieron al traste con la formación base (Josetxo, Asio y Charly) y, a la postre, con la banda, dejando ese período 1988-1991 como un extraño fulgor dentro de la escena española. Ahora recuerdo también cómo me fastidió cuando un poco más tarde se ponía a los epígonos indies como la verdadera respuesta al rock autocomplaciente de los grupos de los últimos ochenta. Los Bichos en el maldito agujero junto a Cancer Moon, Pantano Boas, Demonios Tus Ojos y algunos más.
En 1995 Josetxo volvió como El Bicho, publicando The glitter cobweb a través del sello Roto; en solitario y encargándose prácticamente de todo (como en el primigenio proyecto blood letter). No deja de ser un trabajo menor, reflejo de mejores épocas, aunque ofrece momentos reseñables como Green candy o The Funny Road. Desde entonces aún le seguimos esperando.
El cuidado doble CD editado por Munster no pretende ser acopio de toda su discografía, se deja cosas de casi todos los discos, pero la selección es razonable, echando yo fundamentalmente en falta la versión de Swampland de Scientists. El single Anita Latigazo se incluye en versión demo al igual que otros temas incluidos en el primer álbum (¡Hola! (Ni Dios), Go, bo, 1989 y Down below). También faltan caras B de single como la mencionada versión de The Scientists (del single Shadow Girl, de 1989), otras de interés como Homeblood (del single Wishin´Shift de 1991) y Words for sale (del single I´m inside her de 1991); y, esta vez, la cara A del single A hell of a girl de título homónimo, editado por Radiation en 1993, y última referencia de la banda. El último corte del segundo CD recoge sin acreditar su versión de Suicide. El single que acompaña esta edición, también con errores en los créditos, ofrece el aliciente para completistas de dos temas pertenecientes a la maqueta de 1988: El sueño rojo (aparecido en un flexi ese mismo año) y el inédito To know me is to love me.
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