De acuerdo, convenía limitar el consumo de tabaco en según que lugares porque es una costumbre muy molesta y, la verdad, no hay quien comprenda ese afán que tienen los fumadores por meterse humo en las tripas. Igual es todo producto de algún tipo de trastorno mental o algo así y lo que habría que hacer es internarlos en centros especializados para gente que está así como un poco mal de la olla, y darles tratamiento (de electroshock o alguna otra cosa suavecita), y marcarlos con un acero al rojo como se hace con el ganado, desde luego siempre dentro del respeto a sus derechos constitucionales.
Pero como cualquier ciudadano responsable sabe de sobras, el problema no se acaba con el tabaco. Como muestra, la lista de hábitos deplorables que continúa:
1. Atentados públicos contra el mal gusto
Véase el sujeto de la fotografía: en efecto, el cigarrillo que lleva en la boca le convierte en un dispensador ambulante de cáncer de pulmón, pero no es lo más grave. A ver, ¿pero dónde va este hombre con esos pantalones? ¿Es que no le ha dicho su madre que las perneras se llevan por ENCIMA de los calcetines? Imagínense los efectos catastróficos que puede ocasionar en los transeúntes: desmayos, accidentes de circulación, abortos espontáneos… En comparación, el cigarrillo es inocente como un chupete.
2. Pararse en mitad de la calle con cara de chulo
Vas caminando a cierta distancia de un fulano y de buenas a primeras se detiene, se gira y se planta con los brazos en jarras obstruyendo la vía pública, mirando un punto indefinido del espacio un poco a la izquierda de tu cara. ¿A santo de qué, si puede saberse? ¿Pasa algo? ¿Me estás mirando a mí? No te gusta mi corte de pelo, ¿no? ¿Es eso? Vas buscando que te partan la cara, ¿verdad? Pues hoy es tu día de suerte, chaval.
Luego, cuando uno lo ha apaleado como se merece y se ha quedado a gusto, el indeseable se busca excusas de todo tipo: que si “Es que estaba mirando a ver si venía el autobús”, o “Sólo quería practicar un poco de tai chi, porque tengo rigidez de cuello por culpa de pasarme todo el día en la oficina”. En realidad, lo que quiere es provocar a la gente decente y tener un motivo para denunciar por agresión a los hombres de bien. Y no se puede consentir.
3. Canibalismo al aire libre
Pongamos que sale usted de paseo con su pandilla de colegas antropófagos de toda la vida. De buenas a primeras se tropiezan con un bocado apetecible y ¡hala!, a liarla delante de todo el mundo. Pues no. Lo correcto es coger a la víctima y llevarla a un lugar apartado, fuera del acceso del público general, por varios motivos: en primer lugar, nunca se sabe la cantidad de gérmenes que se pueden coger cuando se tira la comida al suelo. Y en segundo, se evita la acción de los gorrones, como la clásica pensionista que pasa por ahí y se lleva un páncreas escondido en el bolso.
4. Contar en el bar la peli de anoche con demasiado entusiasmo
Que sí, que estaba emocionante de la leche, que había que ver el final cuando el prota se agarraba con una mano de la uña del meñique del pie de la buena, que a su vez estaba colgando por un tirante del sujetador de la rama más endeble de un arbusto al borde de un precipicio, mientras con la otra le disparaba al malo a través del ojo de la cerradura de la puerta del avión en que se alejaba hacia el chalet en la playa de Bin Laden… Pues eso, muy bonito, pero no se ponga a dar la brasa en el bar con tanta mímica y tantas voces, oiga, que perturba la paz pública y no nos deja concentrarnos a los demás en darnos de hostias por el fútbol.
Sobre todo en el caso del canibalismo callejero, haga usted el favor de ponerse servilleta, que tampoco cuesta tanto trabajo.
no entendi lo del canibalismo.. qué? hoy día lo hay? o va por otro lado..?
Cariños, lola.
“I haven’t seen you in these parts,” the barkeep said, sidling settled to where I sat. “Name’s Bao.” He stated it exuberantly, as if say of his exploits were shared by settlers about assorted a verve in Aeternum.
He waved to a expressionless tun beside us, and I returned his indication with a nod. He filled a telescope and slid it to me across the stained red wood of the court in the vanguard continuing.
“As a betting houseman, I’d be willing to wager a honourable portion of coin you’re in Ebonscale Reach on the side of more than the wet one’s whistle and sights,” he said, eyes glancing from the sword sheathed on my with it to the bend slung across my back.
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