El misterio ha traído de cabeza durante décadas a los antropólogos más avezados: ¿cuál, oh, cuál puede ser el simbolismo subyacente a la acción de tocar la zambomba?
En su influyente opúsculo titulado Las oscuras tuberías del alma, el Dr. Marvin Guarris aventuró una hipótesis: al tocar la zambomba, como una especie de chupacharcos lúdico, desatascamos la infelicidad que atora los conductos de nuestro espíritu.
No menos célebre fue la réplica en clave feminista de la Dra. Margaret Mead Fueradeltiesto, Morteros y falocracia, que mostraba cómo al tocar la zambomba el pater familias proveedor imita en clave de burla y menosprecio las labores domésticas de su esposa.
La polémica ha llegado a su fin con el reciente descubrimiento de la partitura con la letra original de uno de los villancicos más propicios para el frenesí zambombero. Este documento, rescatado de un legajo polvoriento que se guardaba bajo llave en la zona de grimorios satánicos del Bibliobús Infantil de Lepe, demuestra cómo villancicos y zambombas se destinaban, en un principio, a concienciar a los jóvenes de los peligros de la promiscuidad reconduciéndolos a diversiones más solitarias y, por ende, profilácticas.
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